
El correcto análisis de cualquier conflicto, siendo su extremo el enfrentamiento bélico, exige lo que habitualmente se llama “mirada de película”. Es decir, el seguimiento de la cronología y evolución de la situación. Ello permite la interpretación de los hechos presentes a la luz de la información precedente, incluso cuando estén espaciados en el tiempo y aparentemente inconexos. Si aplicamos esta forma de mirar la realidad a la guerra en Ucrania, resulta difícil asumir que el movimiento militar de la Federación Rusa es producto de un rapto de ira de un presidente.
Para lograr lo que hemos afirmado, es necesario desprendernos de la mirada exclusivamente militar de los conflictos. Las acciones militares no son sino la manera de lograr objetivos que, en última instancia, suplen metas políticas. Si repasamos los eventos económicos y políticos de los últimos diez años de las relaciones ruso-ucranianas y de Eurasia en general, vemos que el relato se torna en la Crónica de una Guerra Anunciada.
En noviembre de 2013, el entonces presidente ucraniano Viktor Yanukovich suspendió la firma de un acuerdo de asociación con la Unión Europea. Priorizó las relaciones económicas con Rusia, reconociendo que sus probabilidades de existencia política eran mayores con este vínculo. Lo que continuó fue la convulsión social seguida de represión que terminó de en la dimisión del mandatario.
En simultáneo, se llevaban a cabo acciones militares en la Península de Crimea tendientes a asegurar una situación que permita posteriormente la anexión a la Federación Rusa. El objetivo se logró en marzo de 2014, cuando la población del lugar votó, no sin acusaciones de fraude, a favor de la anexión. Desde ese momento, la cooperación entre Rusia y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) culminó y tanto Estados Unidos como la Unión Europea decidieron imponer las primeras sanciones.
Apenas un mes después del referéndum en Crimea, las regiones ucranianas de Donetsk y Lugansk se proclaman repúblicas independientes y solicitaron integrarse a Rusia. Desde este momento, se configura aquí un escenario de enfrentamiento directo entre grupos prorusos y el gobierno ucraniano, que deriva en un débil acuerdo de cese del fuego. En diciembre de 2019, Vladimir Putin y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, retoman las negociaciones para lograr un acuerdo de paz.
La primera filtración, no sin intención, de un probable ataque a Ucrania provino del periódico norteamericano The Washington Post el 3 de diciembre de 2021. En el artículo, afirmaba que la Federación Rusa había movilizado una enorme cantidad de soldados a la frontera con su vecino.
Entre enero y febrero de 2022, lo que vimos fue una escalada del conflicto producto de negociaciones fallidas entre Rusia, Ucrania, Estados Unidos, y países miembro de la Unión Europea, que terminarían en el desplazamiento de tropas rusas a territorio ucraniano.
Hoy somos testigos de una guerra limitada en un espacio geográfico definido, con participación de fuerzas armadas regulares y civiles armados combatiendo en zonas urbanas principalmente. Observamos una asimetría militar considerable que, analizada en vacío, anticipa una victoria de Rusia. También percibimos prudencia por parte de los Estados Unidos y los países miembros de la OTAN, que reconocen que el envío de tropas extranjeras a Ucrania supondría una declaración de guerra contra Rusia. Mientras tanto, las negociaciones entre ambas partes parecen avanzar lentamente, por lo menos hasta que la situación militar en Ucrania no se defina. Las alternativas para el cese del fuego, puesto que la construcción de la paz es otra cosa absolutamente distinta, son limitadas. La nueva cercanía entre el presidente Zelensky y la Unión Europea, nos lleva a considerar que uno de los reclamos indeclinables por parte de Rusia sería el reemplazo del mandatario ucraniano.
Como dijimos al principio, debemos ver el conflicto como una película. Los combates urbanos, movimientos de tropas, despliegue de artillería y tecnología, poco nos dicen de la evolución de la guerra. Sin embargo, si incluimos los hechos de política internacional de los últimos diez años en nuestra lectura, lo único que nos queda afirmar es que era verdaderamente una crónica de una guerra anunciada.
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